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Reliquias


ROMA VENERA, según ella dice, pero en realidad adora, como ya hemos visto, un gran número
de reliquias. La mayor parte de ellas se supone que son huesos de los 'santos'; pero además de
éstas hay muchas otras, por ejemplo, parte de las tablas de la ley dada a Moisés (Exo. 34:27, 28),
las varas de Moisés y de Aarón (Exo. 7:9 y Núm. 17:10), la mesa a que Jesús y sus discípulos se
sentaron para la última cena (Mat. 26:26-28), muchos pedazos de la verdadera cruz, las espinas
de la corona que le pusieron (Juan 19:5), los clavos en que pendió de la cruz, la tabla en que fue
escrita la inscripción (Juan 19:20), la esponja que el soldado romano empapó en vinagre (Juan
19:29), la punta de la lanza que fue introducida en su costado (Juan 19:34), sus vestiduras
interiores y exteriores (Juan 19:23, 24), su túnica (Marcos 15:46), y las cabezas de Juan el
Bautista, Pedro y Pablo. Aunque muchas de éstas han sido adoradas por cientos de años, muchas
de ellas no pueden menos de ser espurias. Si se pusieran juntas las partes de la verdadera cruz,
pasarían con mucho el tamaño de la cruz original. Aunque probablemente no se usaron mas de
tres o cuarto clavos en la crucifixión, andan circulando por ahí catorce. En el costado de nuestro
Señor no se introdujo más que una lanza, y sin embargo existen cuatro. Jesús no tuvo más que
una vestidura sin costura, y la iglesia de Roma conserva tres. También existen dos cabezas de
Juan el Bautista, una en Roma y la otra en Amiens. La Enciclopedia Católica y otros libros que
escriben de estos asuntos admiten que muchas de estas reliquias son espurias, y sin embargo se
las conserva para ser adoradas. Para esto se alegan varias excusas.
La gran dificultad que hay para decidir cuál es la verdadera y cuáles son espurias.
Al tratar de averiguar cuál es la falsa, se podrían rechazar y deshonrar las que son
verdaderas, de modo que lo mejor es dejar las cosas como están, según dijo el Señor al hablar de
la cizaña.
Si la iglesia admitiera que algunas reliquias son espurias, no podría evitar cierta pérdida de
estimación y el reproche.
'En realidad, no importa mucho si las reliquias no son auténticas, pues la reverencia se
tributa al santo.' (Buzón de Preguntas, página 373.)
Los laicos dicen: Puesto que la decisión de los asuntos de fe y conducta pertenece a los
papas y los obispos, lo mejor es dejar el asunto en sus manos.
De esta manera Roma continúa apoyando lo que sabe que es parcialmente falso, y al
hacerlo así favorece el culto que está prohibido por las mismas Escrituras, cuya autoridad divina
reconoce.
Sin embargo, trata de hallar apoyo en la Biblia para la “veneración” de las reliquias, pero con
muy pobre resultado.
Como ejemplo se citan los huesos de José, de que se habla en Éxodo 13:19. “Tomó
también consigo Moisés los huesos de José, el cual había juramentado a los hijos de Israel,
diciendo: Dios ciertamente os visitará, y haréis subir mis huesos de aquí con vosotros.”
Pero observemos los hechos. José había pasado en Egipto los ciento diez años de su vida,
menos diecisiete, después de haber sido vendido como esclavo. Durante todos esos años, primero
en el sufrimiento y la opresión y después en la grandeza y gloria como virrey, no había
abandonado nunca su fe en Dios, ni había perdido la esperanza de volver a la tierra que Dios
había prometido a sus mayores. Al acercarse el día de su muerte, dijo a sus hermanos: “Yo me
muero; mas Dios ciertamente os visitará, y os hará subir de esta tierra a la tierra que juró a
Abraham, a Isaac, y a Jacob.... Dios ciertamente os visitará, y haréis llevar de aquí mis huesos”
(Génesis 50:24, 25).
Volvamos ahora a Hebreos 11:22:
“Por fe José, muriéndose, se acordó de la partida de los hijos de Israel, y dio
mandamiento acerca de sus huesos.”
Durante todos los años de esclavitud egipcia que siguieron, aquel cuerpo embalsamado
continuó entre los israelitas como un recuerdo de la promesa de libertad hecha por Dios y de la fe
de José, y cuando llegó el día de la libertad, Moisés naturalmente lo llevó conforme al juramento
hecho; pero no se lee que fuera adorado o “venerado” a la usanza romana. No se le menciona
más que tres veces, primero alhacerse el juramento, después en el desierto cuando comenzó el
viaje, y por último cuando fue debidamente enterrado en Sichem (Josué 24: 32). No se vuelve a
hacer referencia a él a través de toda la historia de la nación israelita. Si hubiera sido una reliquia
romanista, no hubiera desaparecido tan fácilmente de la escena.
La iglesia de Roma cita el caso de Eliseo, cuyos huesos estuvieron realmente
relacionados con un milagro que garantiza la Escritura. “Entrado el año vinieron partidas de
moabitas a la tierra. Y aconteció que al sepultar unos un hombre, súbitamente vieron una partida,
y arrojaron al hombre en el sepulcro de Eliseo: y cuando llegó a tocar el muerto los huesos de
Eliseo, revivió, y levantóse sobre sus pies” (2 Reyes 13:20, 21).
Lo primero que tenemos que observar en este breve relato es que el poder no se atribuye a
los huesos de Eliseo. El poder de resucitar pertenece sólo a Dios.
“Jehová mata, y él da vida:
El hace descender al sepulcro, y hace subir” (I Samuel 2:6).
Lo segundo es que se trata de un caso único. En todo el contenido de la Escritura no se encuentra
otro caso en que Dios usara los huesos de un muerto para obrar un milagro. En tercer lugar, el
pueblo de Israel no sacó del sepulcro los huesos de Eliseo y los colocó en una urna para que
fueran adorados, ni edificó un santuario en el sepulcro para constituirle en lugar de
peregrinación. Ningún otro cuerpo muerto tocó esos huesos y vivió, ni fue la gente allí para orar
por los difuntos. Ya no se volvió a oír nada de esos huesos, como tampoco se oyó de los de José.
Tal vez no este fuera de lugar repetir aquí que Roma no hubiera dejado escapar la oportunidad.
Se puede preguntar con razón por qué Dios usó de esta manera los huesos de Eliseo, y a
esta pregunta no se puede dar respuesta simplemente porque no ha sido revelado positivamente.
Dios es soberano y puede obrar milagros cuando quiere, con o sin la ayuda de medios visibles.
Sin embargo, se encuentra una posible razón en el contexto bíblico. El caso esta íntimamente
relacionado con dos cosas. Inmediata mente antes se halla la profecía que Eliseo había hecho
antes de morir de que los invasores sirios serían rechazados nada más que tres veces, e
inmediatamente después está el relato del cumplimiento de la profecía. Es muy posible que el
milagro se obró para recordar al prevaricador Israel de que aunque Eliseo había muerto, Dios se
preocupa de cumplir su palabra.
Hay otro caso relacionado con Eliseo que hubiera podido ser citado en favor de las
reliquias, si se pudiera haber aplicado, pero no se ha hecho. Cuando el hijo de la sunamita que
había hospedado a Eliseo murió de insolación, colocó su cuerpo en la cama de Eliseo y se
marchó a buscar al profeta. Este, dándose cuenta de la aflicción de la madre, ordenó a su siervo
que colocara su bordón sobre el rostro del niño, mientras él seguía detrás en compañía de la
madre. Parece probable que Eliseo esperaba que el niño reviviera al contacto con el bordón; pero
no fue así. y Giezi tuvo que informar que “El mozo no despierta.” Solamente cuando Eliseo llegó
y se colocó varias veces sobre el cuerpo del niño, le fue restaurada la vida. Dios pudo haber
usado el bordón de Eliseo, pero no lo hizo. (2 Reyes 4:18-32.)
Roma aduce dos casos de curación por medios extraordinarios en el Nuevo Testamento.
El primero se halla en Hechos 5:15, 16, cuando, para poder atender al gran número de enfermos
que traían a los apóstoles para ser curados, colocaban a éstos en camas y andas en las calles de
Jerusalén, a fin de que por lo menos la sombra de Pedro cayera sobre ellos cuando pasaba, y eran
ciertamente curados. No necesitamos admirarnos de ello, porque al comisionar el Señor a los
doce y a los setenta les había dado poder para curar, y él mismo usó medios físicos algunas veces
para curar, aunque en la mayor parte de los casos no los usó.
El otro caso se halla en Hechos 19:12, cuando se aplicaban a los enfermos los sudarios y
los pañuelos de Pablo, y eran curados. No sería fácil conservar como reliquia la sombra de
Pedro, pero los pañuelos de Pablo, sí. Por lo que sabemos, no lo fueron, ni se volvieron a obrar
más milagros con ellos. Cuando Pedro y Juan curaron al cojo que estaba en la Puerta Hermosa
del templo, y todo el pueblo se quedó atónito, Pedro les dijo:
“Varones israelitas, ¿porqué os maravilláis de esto? o ¿por qué ponéis los ojos en
nosotros, como si con nuestra virtud o piedad hubiésemos hecho andar a éste? . . . En la fe de su
nombre (Jesús), a éste que vosotros veis y conocéis, ha confirmado su nombre; y la fe que por él
es, ha dado a este esta completa sanidad en presencia de todos vosotros” (Hechos 3:12-16).
Pedro siguió predicando que Cristo era el único que podía perdonar pecados. Las
reliquias auténticas tienen su lugar, no sólo en la historia nacional, sino también en la vida
religiosa, para recordarnos lo que Dios ha hecho, y fortalecer así nuestra fe. Dios mandó a
Moisés colocar un vaso con maná en el arca de la alianza para recordar a los israelitas la
provisión que había hecho durante los cuarenta años de andanzas por el desierto (Exo. 16:33,
34). También le mandó que colocase delante del arca la vara de Aarón que había florecido, como
señal de la elección que había hecho de Aarón para el oficio de sumo sacerdote (Núm. 17:10;
Heb. 9:4). Pero los israelitas no adoraban tales cosas. Si lo hubieran hecho, hubieran procedido
como procedieron con la serpiente de metal, que Ezequías hizo pedazos y llamó “cosa de
bronce,” porque obrando así cometieron idolatría.

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