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las obras de supererogacion,merito extra


SEGUN LA ENSEÑZA católico-romana las almas piadosas no sólo pueden hacer satisfacción
completa en esta vida por los pecados veniales que han cometido, sino que pueden expiar
también la pena temporal debida por los pecados mortales cuya culpa ha sido absuelta en la
confesión por la absolución, pero por los que debe hacerse satisfacción completa a la justicia de
Dios. Esto se realiza por medio de los actos de mortificación, ayunos, oraciones y obras
meritorias. Estas obras meritorias pueden ser de índole material o espiritual. Las obras meritorias
materiales incluyen dar de comer al hambriento, de beber al sediento, vestir al desnudo, visitar a
los enfermos y encarcelados, dar posada al peregrino, redimir a los cautivos y enterrar a los
muertos. Las obras espirituales son enseñar al que no sabe, dar buen consejo al que lo ha
menester, consolar al triste, corregir al que obra mal sufrir las injurias, perdonar las debilidades
humanas y orar por los vivos y los difuntos. Las obras meritorias no solamente benefician al que
las recibe, sino también al que las hace, porque por ellas se acumulan méritos que sirven para
contrarrestar y cubrir nuestras propias faltas, y, si fueran suficientes, llegarían a dar completa
libertad de las penas del purgatorio más tarde.
Después de haber hecho esto, podemos con celo y perseverancia seguir más adelante con
las obras de supererogación para acumular más méritos de los que nosotros mismos necesitamos,
y que podemos traspasar a lo que se lama “El Tesoro de la Iglesia” o “Tesoro de los Méritos.” La
autoridad para administrar este tesoro, en el que están acumulados los méritos de Cristo al
ofrecerse en la misa, los de María la madre del Señor, y los de todos los santos, está en el papa
como vicario de Cristo, quien puede disponer de toda esta riqueza en beneficio de las almas que
están todavía en la tierra o que se hallan en el purgatorio. Las misas y oraciones se pueden decir
con “la intención” de que se apliquen a tal o cual persona que ya ha fallecido, y que puedan
servirla de ayuda. Por eso se ven en las iglesias católico romanas solicitudes pidiendo oraciones
para el descanso de éste o el otro, y avisos de misas que se dicen por tal o cual.
Todo esto que se ha expuesto aquí no tiene ni sombra de fundamento en las Santas
Escrituras, que son nuestra única autoridad final. En otro capítulo nos ocuparemos de la doctrina
de la misa. Del “Tesoro de la Iglesia, “y de cuanto está relacionado con él. Diremos aquí:
El mérito del Señor Jesucristo, por si mismo, es tan completo y abundante que es
ampliamente suficiente para hacer frente a las necesidades de todos los hombres del pasado,
presente y porvenir. I Juan 2:2. “Y él es la propiciación por nuestros pecados: y no solamente por
los nuestros, sino también por los de todo el mundo.” Juan 1:29. “He aquí el Cordero de Dios,
que quita el pecado del mundo.”
El mérito del Señor, en toda su plenitud, está al alcance de toda alma que lo desea con fe,
sin la intervención de papa o sacerdote alguno.
Col. 2:8-10. “Mirad que ninguno os engañe por filosofías y vanas sutilezas, según las tradiciones
de los hombres, conforme a los elementos del mundo, y no según Cristo: porque en él habita toda
la plenitud de la divinidad corporalmente: y en él estáis cumplidos, el cual es la cabeza de todo
principado y potestad.”
Siendo los méritos de Cristo, en su plenitud y redención, tan abundantemente suficientes
y asequibles a todo el que los busca, no existe necesidad alguna de pedir las oraciones de María o
de los santos, y el hacerlo es poner en duda la voluntad y suficiencia del mismo Cristo.
Hebreos 4:15, 16. “Porque no tenemos un Pontífice que no se pueda compadecer de nuestras
flaquezas; mas tentado en todo según nuestra semejanza, pero sin pecado. Lleguémonos, pues,
confiadamente al trono de la gracia, para alcanzar misericordia, y hallar gracia para el oportuno
socorro.”
Ni María, la madre de nuestro Señor, ni santo alguno tiene méritos propios, que les
valgan a ellos o a nosotros.
Isaías 64:6. “Si bien todos nosotros somos como suciedad, y todas nuestras justicias como trapo
de inmundicia; y caímos todos nosotros como la hoja, y nuestras maldades nos llevaron como
viento.” Nótese la palabra “todos,” que se repite tres veces.
Si alguno, después de haber sido salvado por la fe en el Salvador, sirve a Dios con
fidelidad, recibirá su recompensa sin ningún género de duda.
Mat. 10:42. “Cualquiera que diere a uno de estos pequeñitos un vaso de agua fría solamente, en
nombre de discípulo, de cierto os digo que no perderá su recompensa.”
Hebreos 6:10. “Dios no es injusto para olvidar vuestra obra y el trabajo de amor que habéis
mostrado a su nombre, habiendo asistido y asistiendo aún a los santos.”
I Cor. 3:14. “Si permaneciere la obra de alguno que sobre edificó, recibirá recompensa.”
2 Tim. 4:-7, 8. “He peleado la buena batalla, he acabado la carrera, he guardado la fe. Por lo
demás, me está guardada la corona de justicia, la cual me dará el Señor, juez justo, en aquel día;
y no sólo a mí, sino también a todos los que aman su venida.”
La recompensa de que se habla en estos pasajes procede únicamente de la gracia de Dios,
porque “cuando hubiereis hecho todo lo que os es mandado, decid: Siervos inútiles somos,
porque lo que debíamos hacer, hicimos” (Lucas 17:10). Si no hay posibilidad de que nosotros
tengamos mérito en nuestra relación con Dios, menos podremos agregar mérito. Nuestra
recompensa, lo mismo que nuestra salvación, es de pura gracia. Estas recompensas se reciben
personalmente, y no se pueden traspasar a otros. Menos aún están a la disposición de un papa o
sacerdote.
Jesús, nombre caro al pecador,
Y al pecador consuelo:
Ahuyenta todo mi temor,
Torna el infierno en cielo.
Su sola justicia quiero,
Su sola justicia quiero,
Su salvación proclamo:
“He aquí el digno Cordero,”
Grito siempre aquí abajo.

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