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infalibilidad papal


LA IGLESIA DE ROMA dice que el concilio general de la iglesia y el papa no pueden
equivocarse cuando hacen declaraciones oficiales en materia de fe y costumbres, y que la
infalibilidad reside solamente en ellos. Todos los pronunciamientos del papa, así hechos, deben
ser creídos por los fieles, y todo lo que mande debe ser obedecido.
Lo extraño es que esta declaración católico-romana no fue artículo de fe hasta el año
1870, y esto después de siglos de lucha verbal no sólo entre romanistas y protestantes sino entre
romanistas y romanistas. Los papas habían actuado como si fueran infalibles, aunque con mucha
oposición, por varios siglos antes de que la infalibilidad fuera declarada en el Concilio Vaticano
en 1870. Un caso saliente de oposición se dio en el año 1682, en el que la iglesia católica
francesa acordó que, aunque el papa era cabeza de la iglesia y lo que él promulgaba se aplicaba a
toda la iglesia, esto no debería ser tenido como infalible hasta que tuviera la aprobación del
concilio general. En tales circunstancias los creyentes católicos se vieron en la anómala situación
de tener que obedecer a dos autoridades, que se negaban a reconocer la autoridad infalible de la
otra.
No solamente estaban los papas contra los concilios, sino que unos papas no convenían
con otros. El dogma de la infalibilidad papal pasó y fue promulgado a la fuerza en el Concilio
Vaticano de 1870. Nótese la fecha, más de mil ochocientos años después del origen de la historia
de la iglesia. Las palabras "a la fuerza" se emplean aquí porque describen exactamente lo que
ocurrió, según lo atestiguan las palabras que pronunció el Obispo Strossmayer en el mismo
concilio:
"La historia levanta su voz autorizada para asegurarnos que algunos papas han errado.
Uds. podrán protestar contra ello, o negarlo, si les parece, pero yo se lo puedo probar. El papa
Víctor primeramente aprobó el montanismo, y luego lo condenó. Liberio (año 358) convino en la
condenación de Atanasio e hizo profesión de arrianismo, a fin de que se le levantara el destierro
y se le colocara de nuevo en su sede. Gregorio I (578-590) llama anticristo a cualquiera que se dé
título de "obispo universal," y Bonifacio III (607-608) por el contrario hizo que el patricida
emperador Forcas le concediera a él ese título. Pascual II (1088-1099) y Eugenio III (1145-1153)
sancionaron el duelo; Julio II (1509) y Pío IV (1569) lo prohibieron. Eugenio IV (1431-1439)
aprobó el Concilio de Basilea y la restitución del cáliz a la Iglesia de Bohemia; Pío II (1458)
revocó tal concesión. Adriano II (867-872) declaró válido el matrimonio civil; Pío VII (1800-
1823) lo condenó. Sixto V (1585-1590) compró una edición de la Biblia y recomendó su lectura
por medio de una bula; Pío VII (1800-1823) condenó la lectura de la misma. Clemente XIV
(1700-1721) suprimió la orden de los jesuitas, autorizada por Paulo III, y restablecida por Pío
VII. Por consiguiente, si Uds. proclaman la infalibilidad del actual Papa (Pío IX) deberán probar
lo que es imposible de probar, es decir, que los papas nunca se contradijeron entre sí, o tienen
que declarar que el Espíritu Santo les ha revelado a Uds. que la infalibilidad del papa data
solamente del año 1870. Así atreverán Uds. a hacer esto?
"Yo digo que, si Uds. decretan la infalibilidad del actual Obispo de Roma, deben también
dejar establecida la infalibilidad de todos los que lo han precedido, sin excluir a ninguno; pero
¿pueden Uds. hacer tal cosa, cuando la historia deja sentado con claridad meridiana que los
papas han errado en su enseñanza? ¿Pueden Uds. hacerlo y sostener que algunos papas
avariciosos, incestuosos, criminales, simoníacos han sido los vicarios de Jesucristo? . . .
Créanme, la historia no se puede rehacer, está ahí y quedará así por toda la eternidad para
protestar enérgicamente contra la infalibilidad papal."
A pesar de todas las protestas que se levantaron, el concilio declaró la infalibilidad. Pero
¿cómo se hizo la votación?
En la primera votación hubo 418 votos a favor de la infalibilidad y 146 en contra, con
algunas abstenciones. Después de haberse discutido largamente por espacio de varios meses, se
tomó una segunda votación, que resultó en 534 votos en favor de la infalibilidad, dos en contra y
106 que no votaron. Algunos de estos últimos estaban ausentes por enfermedad; pero la gran
mayoría no quiso asistir. Como último recurso los dos votos disidentes se sometieron a la
voluntad de la mayoría, y se promulgó el dogma de la infalibilidad papal. Muchos teólogos y
profesores en Alemania, Suiza y Austria se resistieron a tal decisión, sin embargo, y al año
siguiente, 1871, se separaron de Roma formando una nueva organización que se llamó la
Antigua Iglesia Católica.
Así terminó la lucha. Los desordenes políticos, que acompañaron el establecimiento del
nuevo Reino de Italia, impidieron la continuación del Concilio Vaticano, que se dispersó sin
poder clausurar oficialmente sus sesiones. Desde entonces no se ha convocado otro concilio
general de la iglesia, y el Papa, que se declaró a sí mismo prisionero-víctima en el Vaticano, se
encerró en su palacio, despojado de sus territorios, pero conservando para sí y sus sucesores el
despojo de la infalibilidad como su única prerrogativa.
Cuando muere un papa, la elección del siguiente se hace por el cómputo de los votos del
colegio de cardenales, todos los cuales son hombres falibles, o sería mejor decir por una serie de
cómputos a causa de los diferentes nombres que salen a relucir en la primera votación hasta que
quedan eliminados otros nombres de la confusión de opiniones contrarias y no queda más que
uno. Este hombre, que es falible como los demás, es consagrado por todos los demás miembros
falibles del Colegio, y por el hecho de la consagración recibe el don de la infalibilidad. Esta
decisión coloca a Roma en uno de los términos de un dilema, como señaló el Obispo
Strossmayer: o los papas fueron hechos infalibles en 1870 por una revelación especial, y no
antes, o el dogma de la infalibilidad es retroactivo, y se extiende a todos los papas anteriores,
incluyendo aquellos cuyos nombres son una mancha en la historia papal a causa de sus vicios y
crímenes. Al parecer Roma acepta esta última alternativa, pues afirma que ella nunca ha
introducido una nueva doctrina. De esta manera resulta que todos los papas desde el principio
han sido infalibles, no obstante las aberraciones y contradicciones que esto encierra.
Roma trata de justificarse, diciendo:
"La infalibilidad, o sea el estar libre del error al declarar el evangelio al mundo, y la
impecabilidad, o sea el estar libre de pecado, son dos cosas totalmente diferentes. Aunque es de
esperar que los papas poseen el más alto carácter moral, y la mayor parte lo han tenido, la
prerrogativa de la infalibilidad no tiene nada que ver con la bondad o maldad personal del
papa.... Es cierto que en la segunda mitad del siglo diecinueve algunos escritores católicos han
tratado de defender al Papa Alejandro VI, tales como Bernacchi, Chantlel, Leonetti, Nemee,
Ollivier y otros; pero no es justo tildarlos de falta de honradez, porque para un católico es natural
sentirse impelido a defender el honor del Papa, como cualquier hombre normal se siente
obligado a defender el buen nombre de su madre. Se les podrá acusar de poco eruditos, si se
quiere, o ignorantes, pero no se debe olvidar que nosotros nos atenemos a lo que dijo León XIII:
¡La Iglesia no tiene necesidad de las mentiras de nadie.! El más ilustrado historiador católico de
los papas, Ludwig Pastor, admite que Alejandro vivió la vida inmoral de los príncipes seculares
de su tiempo, tanto como cardenal como papa (Historia de los Papas, V, 363; VI, 140); que
consiguió el papado valiéndose de la más infame simonía (Ibid. V, 385); que desacreditó
vilmente su oficio con su abierto nepotismo y falta de sentido moral (VI, 139); sin embargo, le
absuelve de los cargos calumniosos de incesto y envenenamiento (IV, 135) ." (Buzón de
Preguntas, págs. 176-7.)
"La vida inmoral de los principios seculares de su tiempo"; "infame simonía"; "abierto
nepotismo"; "falta de sentido moral"; son cargos admitidos por el más versado de los
historiadores católicos; sin embargo, Alejandro VI figura aún en el registro católico romano de
los "Vicarios de Cristo," dotados de la infalibilidad, aunque no de la santidad, a pesar de su
"pecabilidad," que no es más que un eufemismo para indicar los pecados que no se atreven a
detallar.¿Qué más se puede decir? O Dios ha sido el que ha dirigido con su Espíritu durante los
siglos el nombramiento de esta larga sucesión de papas, o no. Si no lo ha hecho así, nada de lo
que el hombre hiciera ha podido obligarle a él. ¿Cuál es el otro lado de esta disyuntiva? Decir
que hombres tan malvados como los que con frecuencia aparecen en esta "sucesión
ininterrumpida" de "papas infalibles" fueron escogidos por Dios es sumirse en las profundidades
de la más abyecta blasfemia contra un Dios que dice: "Sed santos, porque yo soy santo."
Veamos ahora las normas que Dios pone para los obispos, en contraste con lo antes
dicho:
"Conviene, pues, que el obispo sea irreprensible, marido de una mujer, solicito,
templado, compuesto, hospedador, apto para enseñar; no amador del vino, no heridor, no
codicioso de torpes ganancias, sino moderado, no litigioso, ajeno de avaricia; que gobierne bien
su casa, que tenga sus hijos en sujeción con toda honestidad; (porque el que no sabe gobernar
su casa, ¿cómo cuidará de la iglesia de Dios?); no un neófito, porque inflándose no caiga en
juicio del diablo. También conviene que tenga buen testimonio de los extraños, porque no caiga
en afrenta y en lazo del diablo" (I Tim. 3:2 7).
"Por esta cause te dejé en Creta, para que corrigieses lo que falta, y pusieses ancianos
por las villas, así como yo te mandé: el que fuere sin crimen, marido de una mujer, que tenga
hijos fieles que no estén acusados de disolución, o contumaces. Porque es menester que el
obispo sea sin crimen, como dispensador de Dios; no soberbio, no iracundo, no amador del
vino, no heridor, no codicioso de torpes ganancias; sino hospedador, amador de lo bueno,
templado, justo, santo, continente; retenedor de la fiel palabra que es conforme a la doctrina:
para que también pueda exhortar con sana doctrina, y convencer a los que contradijeren" (Tito
1:5 9).
En las Escrituras no se nos dice nada que apoye la infalibilidad papal, pero sí se nos
enumeran las cualidades espirituales y morales que deben adornar a los que Dios ha puesto para
cuidar su grey en la tierra, la iglesia que él compró con su propia sangre.

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