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El sacerdote y el altar


ROMA SOSTIENE QUE, puesto que hay una ofrenda que hacer, el sacrificio de la misa, debe
haber también sacerdote y altar, y por eso tiene muchos sacerdotes y muchos altares. Cada
iglesia católico-romana tiene un sacerdote y en cada iglesia hay un altar. Muchas iglesias tienen
muchos altares. Algunos escritores en diferentes épocas han hablado de los cincuenta y dos,
sesentiocho y aun noventinueve altares en una sola iglesia, la de San Pedro en Roma, tan
renombrada por su santidad y magnificencia.
Sin embargo, como ya hemos visto, la misa, lejos de ser un real sacrificio expiatorio del
cuerpo y la sangre de Cristo, ordenado por el mismo Señor, es en realidad una institución
humana de hecho idolátrica, y una ofensa a Dios, pues es una caricatura del gran sacrificio, en el
que nuestro Señor se ofreció a sí mismo en el Calvario. No existiendo ahora sacrificio en la
tierra, no hay necesidad de altar. A los israelitas se les prohibía en el Antiguo Testamento tener
más de un altar, y éste debía estar en el lugar escogido por Dios (Lev. 17:8, 9 y Deut. 12:13, 14).
Esta regla no se podía quebrantar mas que en casos de extremo peligro nacional (Jueces 6:24; I
Sam. 7:9, 10; I Sam. 18:32; 2 Sam. 24:18). Esta limitación del altar a un solo lugar era figura del
único lugar en que Dios podría encontrarse con el hombre, es a saber, en Cristo (Hechos 4:12). A
esto contradice abiertamente la multiplicación de altares que hace Roma.
En ningún lugar del Nuevo Testamento se hace referencia a un altar en una iglesia. El
culto cristiano no se hizo según el modelo del templo en Jerusalén, sino según el culto de las
sinagogas en todo el país. La iglesia cristiana, a la verdad, tiene un altar, porque leemos en Heb.
13:10: ” (Los cristianos) tenemos un altar, del cual no tienen facultad de comer los que sirven al
tabernáculo.” Y lo que sigue inmediatamente a esta afirmación nos indica el Calvario, donde
nuestro Señor sufrió por nuestros pecados:
“Porque los cuerpos de aquellos animales, la sangre de los cuales es metida por el pecado
en el santuario por el pontífice, son quemados fuera del real. Por lo cual también Jesús, para
santificar al pueblo por su propia sangre, padeció fuera de la puerta.” (Heb. 13: 11,12.)
Los así llamados altares en las iglesias no son altares, sino que equivalen a la mesa a la
que se sentó nuestro Señor con sus discípulos cuando instituyó la última cena. La cruz del
Calvario representaba el altar de bronce, y el altar del incienso tuvo su cumplimiento en la
intercesión de nuestro Señor por nosotros ante la presencia de su Padre.
“Porque no entró Cristo en el santuario hecho de mano, figura del verdadero, sino en el
mismo cielo para presentarse ahora por nosotros en la presencia de Dios” (Heb. 9:24).
“Mas éste, por cuanto permanece para siempre, tiene un sacerdocio inmutable: por lo cual
puede también salvar eternamente a los que por él se allegan a Dios, viviendo siempre para
interceder por ellos” (Heb. 7:24, 25.)
En el Antiguo Testamento, se ungió a los hijos de Aarón para que le ayudaran en el
ministerio, porque un solo hombre no podía desempeñar todas sus funciones a causa de la
multiplicidad de las ofrendas. Esto no tuvo su complemento en el ministerio sacerdotal de
nuestro Señor, porque el no es como Aarón, “que también está rodeado de flaqueza” (Heb. 5:2),
sino que ejerce sus funciones “según la virtud de vida indisoluble” (Heb. 7:16).
El Concilio de Trento declaró lo que sigue: “Si alguno dijere que en el Nuevo Testamento
no existe un cuerpo colegiado de sacerdotes, ni sacrificio para retener y perdonar los pecados,
sino simplemente la responsabilidad y trabajo de predicar el evangelio, sea anatema.”
A pesar de lo que dice el Concilio de Trento, permanece el hecho de que el sacerdote que
ejerce su ministerio en la iglesia no es más que una ficción como lo es también el altar ante el
que él se presenta, y el sacrificio de la misa que dice ofrecer a Dios. Ninguno de ellos tiene lugar
ni aprobación en el Nuevo Testamento. El Nuevo Testamento nunca aplica la palabra
“sacerdote” en singular ni a los creyentes como individuos ni a ninguno que ejercía un oficio en
la iglesia, sino que siempre la usa en plural, “sacerdotes,” refiriéndose a todo el conjunto de
creyentes.
Así lo prueban los siguientes pasajes:
“Vosotros sed edificados una casa espiritual, y un sacerdocio santo, para ofrecer
sacrificios espirituales, agradables a Dios por Jesucristo” (1 Ped. 2:5).
“Vosotros sois linaje escogido, real sacerdocio, gente santa, pueblo adquirido, para que
anunciéis las virtudes de aquel que os ha llamado de las tinieblas a su luz admirable” (I Ped. 2:9).
“Al que nos amó, y nos ha lavado de nuestros pecados con su sangre, y nos ha hecho
reyes y sacerdotes para Dios y su Padre; a él sea gloria” (Apoc. 1:5, 6).
“Tú fuiste inmolado, y nos has redimido para Dios con tu sangre, de todo linaje y pueblo
y nación; y nos has hecho para nuestro Dios reyes y sacerdotes” (Apoc. 5:9, 10).
“Serán sacerdotes de Dios y de Cristo, y reinarán con él mil años” (Apoc. 20:6).
¿Cuáles son entonces los sacrificios que ofrecemos a Dios en nuestro servicio sacerdotal? Nos lo
dice la Palabra de Dios:
Rom. 12:1. “Os ruego por las misericordias de Dios, que presentéis vuestros cuerpos en
sacrificio vivo, santo, agradable a Dios, que es vuestro racional culto.”
Salmo 51:17: “Los sacrificios de Dios son el espíritu quebrantado: al corazón contrito y
humillado no despreciarás tu, oh Dios.”
Salmo 141:2. “Sea enderezada mi oración delante de ti como un perfume, el don de mis
manos como la ofrenda de la tarde.” (Véase también Apoc. 5:8 y Apoc. 8:3).
Heb. 13:15. “Ofrezcamos por medio de él a Dios siempre sacrificio de alabanza, es a
saber, fruto de labios que confiesen a su nombre.” Heb. 13:16. “De hacer bien y de la
comunicación no os olvidéis: porque de tales sacrificios se agrada Dios.”
La profecía de Malaquías, que dice: “Porque desde donde el sol nace hasta donde se
pone, es grande mi nombre entre las gentes; y en todo lugar se ofrece a mi nombre perfume y
presente limpio” (Malaquías 1:11), no se cumple en el sacrificio de la misa como afirma Roma,
sino en estos sacrificios espirituales que hacen los seguidores de Cristo, presentándole sus
oraciones, y alabanzas, y servicio de amor a otros, no para ganar méritos, sino en señal de su
amor y devoción.
“Mas la hora viene, y ahora es, cuando los verdaderos adoradores adorarán al Padre en espíritu y
en verdad; porque también el Padre tales adoradores busca que le adoren. Dios es Espíritu; y los
que le adoran, en espíritu y en verdad es necesario que adoren.” (Juan 4:23, 24.)

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