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Celibato


EXISTE FUNDAMENTO ALGUNO en la Escritura para el celibato del sacerdocio católicoromano?
Roma dice que sí. La lectura de la Palabra de Dios nos lleva a una conclusión diferente.
Roma apoya su afirmación en algunos pasajes Examinemos primeramente los siguientes:
Mat. 19:10, l l:
“Dícenle sus discípulos: Si así es la condición del hombre con su mujer, no conviene
casarse. Entonces él les dijo: No todos reciben esta palabra, sino aquellos a quienes es dado.”
La interpretación que da Roma a las palabras: “Aquellos a quienes es dado,” es que se refieren al
sacerdocio. Nuestra respuesta es que ni en este pasaje ni en su contexto hay la menor indicación
de que esto sea así. Lo que el Señor dijo tiene una aplicación general, y no tiene relación alguna
al sacerdocio. Pedro, como hijo del tiempo en que vivió, sintió que una restricción tan directa del
divorcio era un yugo demasiado duro, y sin reparar en lo que decía, como en otras ocasiones,
dijo: Si es así la condición del hombre con su mujer, no conviene casarse. Si algo quiso dar a
entender el Señor con su respuesta, fue que el celibato es aun más duro; y a continuación habló
de algunos que nacen impotentes, otros a quienes sus dueños los hacen tales, y otros que se
niegan a sí mismos la bendición de la vida matrimonial por amor al reino del cielo. Sus últimas
palabras: “El que pueda ser capaz de eso, séalo,” indican claramente que el propósito divino es
que los hombres sean libres para casarse o permanecer solteros, según lo deseen.
Mat. 22:30.
“En la resurrección, ni los hombres tomarán mujeres, ni las mujeres maridos; mas son
como los ángeles de Dios en el cielo.”
Los saduceos habían propuesto a nuestro Señor un problema, pues ellos no creían en la
resurrección. Es casi seguro que se trataba de un caso ficticio de una mujer que se había casado
con uno de siete hermanos. Este había muerto sin dejar sucesión, y según la ley mosaica ella
debía casarse con el segundo para dar sucesión al primer hermano. Así sucedió con todos los
demás hermanos, hasta que al fin ella se quedó sola, viuda de los siete hermanos y sin hijos. ¿A
cuál de ellos pertenecería en la resurrección? La respuesta de nuestro Señor fue que no sería
esposa de ninguno de ellos, porque esta relación pertenece a esta vida solamente, y ha sido
ordenada por Dios para la propagación de la raza (Génesis 1:25). Las relaciones terrenas
terminan con la muerte después de haber cumplido el propósito para el que fueron establecidas, y
el hombre, en la eternidad, se torna como los ángeles en este respecto, que no pertenecen a un
orden terreno, y por consiguiente ni se casan ni se dan en matrimonio. Pero esto no tiene nada
que ver con el sacerdocio. Se refiere a la humanidad redimida en su conjunto.
I Cor. 7: 7, 8.
“Quisiera más bien que todos los hombres fuesen como yo: empero cada uno tiene su
propio don de Dios; uno a la verdad así, y otro así. Digo pues a los solteros y a las viudas, que
bueno les es si se quedaren como yo.”
Deducimos de I Cor. 9:5 y 15 que Pablo no tenía esposa cuando escribió esta carta a los
corintios, y así recomendó el estado célibe.
Pero tenemos que recordar varias cosas.
Lo que él escribió fue para permitir, no para mandar (vers. 6). De modo que esta era una
recomendación humana, que no obligaba a quienes la escribió.
Lo que él escribió fue “a causa de la necesidad que apremia” (Vers. 26, 27). Hasta
entonces la persecución oficial había procedido solamente de las autoridades judías, y afectaban
a los judíos únicamente; pero pronto habían de comenzar las persecuciones romanas, durante las
cuales las responsabilidades familiares aumentarían los sufrimientos que tendrían que padecer.
Las palabras de Pablo son casi el eco de lo que nuestro Señor dijo a las hijas de Jerusalén: “He
aquí vendrán días en que dirán: Bienaventuradas las estériles, y los vientres que no engendraron,
y los pechos que no criaron” (Lucas 23:29).
Reconoce que “cada uno tiene su propio don de Dios: uno a la verdad así, y otro así,” lo
que quiere decir que la vida del matrimonio es el propósito de Dios para unos, como el celibato
lo es para otros. Y si esto es así, no hay estado ni más alto, ni más bajo.
Pablo se dirige no a un grupo de sacerdotes, sino a toda la iglesia de Corinto, “con todos los que
invocan el nombre de nuestro Señor Jesucristo en cualquier lugar” (I Cor. 1:2).
Apoc. 14:4.
“Estos son los que con mujeres no fueron contaminados; porque son vírgenes. Estos, los
que siguen al Cordero por donde quiera que fuere. Estos fueron comprados de entre los hombres
por primicias para Dios y para el Cordero.”
Esto se refiere a los 144,000 sellados del versículo 1, y posiblemente a la misma
compañía de los que se mencionan en el cap. 7:4-8, de las doce tribus de Israel, aunque aquí son
descritos como “comprados de entre los hombres.” No nos atrevemos a ser dogmáticos acerca de
quiénes son, pero nos aventuramos a preguntar por qué han de representar al sacerdocio romano.
De ellos se dice en el versículo siguiente: “En sus bocas no ha sido hallado engaño, porque ellos
son sin mácula delante del trono de Dios.” Por muy bien que pensemos de los sacerdotes de
Roma, seria difícil aplicarles a ellos esta descripción. Indica, sin embargo, que “la virginidad”
del versículo 4 es una virginidad espiritual, en contraste con “la fornicación” del versículo 8, que
es claramente espiritual. La una representa la fidelidad sincera a Dios. y la otra la infidelidad. En
2 Cor. 11:2 Pablo dice a la iglesia de Corinto: “Os he desposado a un marido, para presentaros
como una virgen pura a Cristo.” Y a los efesios les escribe:
“Maridos, amad a vuestras mujeres, así como Cristo amo a la iglesia, y se entregó a si
mismo por ella, para santificarla limpiándola en el lavacro del agua por la palabra, para
presentársela gloriosa para si, una iglesia que no tuviese mancha ni arruga, ni cosa semejante;
sino que fuese santa y sin mancha” (Efe. 5:25-27).
Existe, a la verdad, mayor razón para relacionar a los 144.000 con todos los fieles
creyentes en Cristo, miembros de su iglesia, que con los sacerdotes católico-romanos.
Dejando ahora estos pocos pasajes seleccionados que e citan en apoyo del celibato
sacerdotal, pero que no se le pueden aplicar, sigamos otras líneas de pensamiento.
En ninguna parte de la Escritura se prohíbe casarse a los predicadores y directores de las
iglesias. Por el contrario, “Honroso es en todos el matrimonio, y el lecho sin mancilla” (Hebreos
13:4). “Todos” incluyen apóstoles, papas, cardenales, obispos y sacerdotes, lo mismo que a los
laicos.
El mismo Señor nunca enseñó el celibato.
Concurrió a las bodas de Caná de Galilea, sellando así con su presencia el matrimonio
como una institución santa (Juan 2:1-14).
El reconoció claramente que el matrimonio fue designado por Dios desde el principio
como un estado normal de vida (Mat. 19:4, 5).
Escogió para apóstoles suyos hombres que estaban casados (Mat. 8:14). Y Mat. 19:29 da
a entender que por lo menos algunos tuvieron hijos.
En todas sus enseñanzas, ni siquiera una vez sugirió que el celibato fuera un estado
superior al matrimonio.
Pablo nunca enseñó el celibato.
Consideró el matrimonio como cosa buena y honrosa, y dijo que los hijos son una cosa
santa (I Cor. 7:2, y 13).
Sostuvo su derecho a casarse, aun siendo apóstol, aunque no usó de este derecho por
amor al evangelio (I Cor. 9:5).
Reconoció que algunos de los apóstoles y algunos de los hermanos del Señor eran
casados (1 Cor. 9:5).
En sus epístolas da por supuesto que los oficiales de la iglesia estaban casados, y tenían
hijos (1 Tim. 3:2-5 y 12; Tito 1:5, 6).
Hace uso del matrimonio como un tipo de la relación entre Cristo y su iglesia (Efe. 5:25-
28). f) Une la prohibición de casarse con otras herejías, que llama ’doctrinas de demonios,’ y
predice que esta herejía se introduciría en la iglesia.
La introducción del celibato obligatorio fue gradual en el clero católico-romano.
Aunque los padres primitivos tuvieron el celibato en alta estima, nunca prohibieron que se
casaran los oficiales de las iglesias.
El primer paso fue prohibir que se casaran los que habían enviudado. Cf. “marido de una
mujer” (1 Tim. 3:2).
Más tarde se recomendó que los sacerdotes no se casaran, pero no se les prohibió.
El siguiente paso fue la prohibición del matrimonio después de haber sido ordenados.
La prohibición total se hizo en el año 1075.
En el año 1139 el décimo concilio general anuló todos los matrimonios existentes entre
los sacerdotes, y les ordenó que dejasen las mujeres así divorciadas, dando al mismo tiempo
instrucciones a las congregaciones para que no asistiesen a las misas celebradas por sacerdotes
casados.
El Concilio de Trento declaró anatema a todos los que dijeran que el matrimonio de los
sacerdotes es lícito y bueno.
La época en que el celibato se tuvo en más alta estima fue la época de más oscuridad
espiritual en el cristianismo, es decir, los siglos once y doce. Aunque hubo en diferentes lugares
y ocasiones algunos movimientos para legalizar el matrimonio de los sacerdotes en la iglesia
romana, ninguno de ellos obtuvo la aprobación de los altos círculos eclesiásticos. Es
históricamente conocida la inmoralidad entre el sacerdocio que resultó de esta prohibición, y que
el celibato no es sinónimo de castidad, aun entre los niveles más altos de la jerarquía romana.

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