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La unica y "verdadera"iglesia


“CREO EN LA SANTA IGLESIA CATOLICA.” Este artículo del Credo Apostólico es
aceptado tanto por los protestantes como por los católicos, de todo corazón y sin reservas. La
expresión “santa iglesia católica” no se encuentra en la Escritura, pero el significado que encierra
es profundamente bíblica.
Todos los cristianos han de convenir en que la primera referencia que se hace a ello, fue
echa por nuestro mismo Señor en Mat. 16:18: “Sobre esta piedra edificaré mi iglesia, y las
puertas del infierno no prevalecerán contra ella.”
g.Cristo es el que edifica: “Edificaré.”
h.Se trata de su iglesia: “Mi iglesia.”
El es la piedra fundamental: “Sobre esta piedra.” Aun los mismos católico-romanos
admiten que “piedra” se refiere primariamente a Cristo, aunque afirman que Pedro es la piedra
fundamental secundaria, lo que los protestantes no admiten, si se aplica solamente a Pedro
separado de los otros apóstoles.
Más adelante la palabra “iglesia” se usa en dos sentidos: el primero refiriéndose a la
iglesia universal, y en algunos lugares a la iglesia o iglesias locales. El contexto es el que
generalmente decide cuál de ellas es. Por ejemplo, en Mat. 18:17 la frase “dilo a la iglesia,”
después que había ya pasado el período de infancia de la iglesia, no se pudo referir sino a la
comunidad local de los cristianos, puesto que el asunto que requería atención, que eran las
dificultades surgidas entre dos hermanos, era puramente local. La persecución que se originó
después de la muerte de Esteban afectó principalmente a la iglesia de Jerusalén (Hechos 8:1),
pero más tarde nos encontramos con Pablo, predicando ya la fe que antes había tratado de
destruir, “confirmando las iglesias” en Siria y Cilicia. A medida que avanza el evangelio, se
forman iglesias en muchos lugares de diferentes países, y se hace alusión a ellas como la iglesia
de Dios en tal o cual lugar individualmente, o colectivamente como “iglesias“; por ejemplo, en
Rom. 16:16: “Las iglesias de Cristo os saludan.” Las iglesias locales, sin embargo, no dejan de
formar parte de la única verdadera iglesia, porque geográficamente se hallen separadas la una de
la otra. Como veremos más adelante, la santa iglesia católica, la iglesia universal, no es
solamente la suma total de todas las iglesias locales. Es más y es menos, porque incluye algunos
que, como el ladrón moribundo, no fueron recibidos nunca a la membresía de una iglesia visible
en la tierra, y otros muchos que han estado en la iglesia visible pero nunca han sido verdaderos
creyentes.
Recurramos a los pasajes del Nuevo Testamento que se refieren evidentemente a la
iglesia universal, aunque no se use en ellos la palabra “iglesia,” y coloquémoslos tal cual se
encuentran en las Escrituras.
Rom. 12:3-5:
“Digo pues por la gracia que me es dada, a cada cual que está entre vosotros, que no tenga más
alto concepto de sí que el que debe tener, sino que piense de sí con templanza, conforme a la
medida de fe que Dios repartió a cada uno. Porque de la manera que en un cuerpo tenemos
muchos miembros, empero todos los miembros no tienen la misma operación; así muchos somos
un cuerpo en Cristo, mas todos miembros los unos de los otros.”
I Cor. 12:13:
“Empero hay repartimiento de dones; mas el mismo Espíritu es. Y hay repartimiento de
ministerios; mas el mismo Señor es. Y hay repartimiento de operaciones; mas el mismo Dios es
el que obra todas las cosas en todos.”
I Cor. 12:12:
“Porque de la manera que el cuerpo es uno, y tiene muchos miembros, empero todos los
miembros del cuerpo, siendo muchos, son un cuerpo, así también Cristo. Porque por un Espíritu
somos todos bautizados en un cuerpo, ora judíos o griegos, ora siervos o libres; y todos hemos
bebido de un mismo Espíritu.”
1 Cor. 12:27-31:
“Vosotros sois el cuerpo de Cristo, y miembros en parte. Y a unos puso Dios en la iglesia,
primeramente apóstoles, luego profetas, lo tercero doctores; luego facultades; luego dones de
sanidades, ayudas, gobernaciones, géneros de lenguas. ¿Son todos apóstoles? ¿son todos
profetas? ¿Todos doctores? ¿Todas facultades? ¿Tienen todos dones de sanidad? ¿Hablan todos
lenguas? interpretan todos? Empero procurad los mejores dones, mas aun yo os muestro un
camino más excelente.”
Efe. 1:22, 23:
“Sometió todas las cosas debajo de sus pies, y diolo por cabeza sobre todas las cosas a la
iglesia, la cual es su cuerpo, la plenitud de Aquel que hinche todas las cosas en todos.”
Efe. 2:13-22:
“Mas ahora en Cristo Jesús, vosotros (los gentiles) que en otro tiempo estabais lejos, habéis
sido hechos cercanos por la sangre de Cristo. Porque él es nuestra paz, que de ambos hizo uno,
derribando la pared intermedia de separación (de judíos y gentiles); dirimiendo en su carne las
enemistades, la ley de los mandamientos en orden a ritos, para edificar en si mismo los dos en
nuevo hombre (el cristiano), haciendo la paz. Y reconciliar por la cruz con Dios a ambos en un
mismo cuerpo, matando en ella las enemistades. Y vino, y anunció la paz a vosotros que estabais
lejos (los gentiles) , y a los que estaban cerca (los judíos): que por él los unos y los otros
tenemos entrada por un mismo Espíritu al Padre. Así que ya no sois extranjeros ni advenedizos,
sino juntamente ciudadanos con los santos, y domésticos de Dios; edificados sobre el
fundamento de los apóstoles y profetas, siendo la principal piedra del ángulo Jesucristo mismo;
en el cual, compaginado todo el edificio, va creciendo para ser un templo santo en el Señor: en
el cual vosotros también sois juntamente edificados, para morada de Dios en Espíritu.”
Efe. 3:8-10:
“A mí, que soy menos que el más pequeño de todos los santos, es dada esta gracia de anunciar
entre los gentiles el evangelio de las inescrutables riquezas de Cristo, y de aclarar a todos cuál
sea la dispensación del misterio escondido desde los siglos en Dios, que crió todas las cosas.
Para que la multiforme sabiduría de Dios sea ahora notificada por la iglesia a los principados y
potestades en los cielos.”
Efe. 3:14-21:
“Por esta causa doblo mis rodillas al Padre de nuestro Señor Jesucristo, del cual es nombrada
toda la parentela en los cielos y en la tierra, que os dé, conforme a las riquezas de su gloria, el
ser corroborados con potencia en el hombre interior por su Espíritu. Que habite Cristo por la fe
en vuestros corazones; para que, arraigados y fundados en amor, podáis bien comprender con
todos los santos cuál sea la anchura y la longuera y la profundidad y la altura, y conocer el
amor de Cristo, que excede a todo conocimiento, para que seáis llenos de toda la plenitud de
Dios. Y a Aquel que es poderoso para hacer todas las cosas mucho más abundantemente de lo
que pedimos o entendemos, por la potencia que obra en nosotros, a él sea gloria en la iglesia
por Cristo Jesús, por todas edades del siglo de los siglos. Amén.”
Efe. 5:25-27, 32:
“Cristo amó a la iglesia, y se entregó a sí mismo por ella, para santificarla limpiándola en el
lavacro del agua por la palabra, para presentársela gloriosa para sí, una iglesia que no tuviese
mancha ni arruga, ni cosa semejante; sino que fuese santa y sin mancha.... Este misterio grande
es: mas yo digo esto con respecto a Cristo y a la iglesia.”
Se podrían mencionar otros pasajes más, pero estos son suficientes para presentarnos un
cuadro de la santa iglesia católica, inspirado divinamente en el Nuevo Testamento, en la cual
creemos nosotros, como se afirma en el Credo Apostólico, y a la cual pertenecemos con gratitud
como individuos creyentes en Cristo. Habiendo sido llamados por el evangelio y llevados al
arrepentimiento y la fe por su mensaje, hemos recibido al Señor Jesucristo como nuestro propio
Salvador, conforme a la Escritura: “A todos los que le recibieron, dióles potestad de ser hechos
hijos de Dios, a los que creen en su nombre: los cuales no son engendrados de sangre, ni de
voluntad de carne, ni de voluntad de varón, mas de Dios.” (Juan 1:12, 13). Nosotros, por nuestra
fe, hemos sido sellados con el Espíritu Santo individualmente, el cual es las arras de nuestra
herencia. (Efe. 1:13, 14). Hemos sido bautizados en el cuerpo de Cristo por ese mismo Espíritu.
Ese cuerpo es su iglesia universal, y juntamente con todos los verdaderos creyentes hemos sido
hechos miembros de ese cuerpo del cual Cristo es la cabeza (1 Cor. 12:12-13). Es una sola
familia, “los domésticos de la fe,” en el cielo y en la tierra, la iglesia triunfante juntamente con la
iglesia militante, en la que todas las distinciones de raza o nacionalidad, religión o rango social
son absorbidos por esta nueva relación celestial.
¿Encajaría la iglesia católico-romana de la historia, tal cual nosotros la conocemos hoy
día en el mundo, en el cuadro de la única verdadera iglesia de Dios que se nos presenta en el
Nuevo Testamento? Uno se siente inclinado a preguntar si es que existe alguna similaridad,
cuando se tiene en cuenta su absoluta falta de base escrituraria para esa jerarquía de papas y
cardenales, arzobispos y obispos, sacerdotes, frailes y monjas; sus esfuerzos para conseguir
dominio espiritual y temporal, su apetito por las riquezas y gloria terrenales, sus tergiversaciones
de la doctrina, sus supersticiones y sus inmoralidades tan frecuentes, bajas y vergonzosas. En la
misma pregunta va ya encerrada la respuesta, pues es inconcebible que se pueda dar una
respuesta afirmativa. Y sin embargo, Roma afirma aun hoy día que es la verdadera y única santa
iglesia católica, fuera de la cual no hay salvación.
¿Cómo se explica este tremendo y extraño fenómeno de una iglesia con un carácter tal
reclamando para sí tales prerrogativas? Podrían escribirse y de hecho se han escrito ya muchos
volúmenes sobre este asunto. Aquí no podemos más que darle una ligera mirada.
Probablemente la iglesia de Roma, como otras iglesias también, podría hacer remontar su origen
al día de Pentecostés, pues se nos dice en Hechos 2:10 que en el día del nacimiento de la iglesia
cristiana había allí “extranjeros de Roma, judíos y prosélitos” entre la gran multitud que oyó el
sermón de Pedro. Es posible, y aun probable, que entre aquellos extranjeros de Roma hubiera
algunos que se volvieron al Señor y se contaron entre los 3000 que fueron bautizados.
La primera información positiva la encontramos en la epístola de Pablo a la iglesia de
Roma. El hecho de que escribiera un tratado tan importante como esta epístola a los cristianos de
Roma indica la alta estima en que los tenía, y de hecho así lo dice él mismo. Habla de ellos como
“amados de Dios,” y dice que su fe “es predicada en todo el mundo” (Rom. 1:8), y que él da
gracias a Dios por ellos. A pesar de que no había visitado Roma aún, cuando escribió esta
epístola, menciona veinticinco de ellos por su nombre, algunos de los cuales él conocía
íntimamente. Por lo visto se había encontrado con ellos en alguna otra parte.
La iglesia no era perfecta, por eso deseaba ir hasta ellos para repartir con ellos algún don
espiritual, para confirmarlos (Rom. 1:8-12). Necesitaban que se les pusiera en alerta contra el
orgullo espiritual (Rom. 12:3). La advertencia fue muy oportuna, como lo demostraron los
hechos posteriores. Les exhortó a que fueran cariñosos los unos con los otros, previniéndose con
honra los unos a los otros, sufridos en la tribulación, constantes en la oración, etc. Pero en
general eran evidentemente buenos y sinceros cristianos.
Algunos años más tarde cuando él llegó a Roma en calidad de prisionero, un grupo de
estos cristianos caminaron unas treinta millas hasta las Tres Tabernas para darle la bienvenida, “a
los cuales, como Pablo vio, dio gracias a Dios” (Hechos 28:15). Algunos de los hermanos se
hicieron más celosos en la predicación del Evangelio cuando, más tarde, observaron su valor en
la adversidad. Lo hicieron por puro amor.
Pero este cuadro tuvo también otro lado, pues no faltaron algunos que hacían profesión de
cristianos y que también predicaban el evangelio con creciente celo, pero con malos motivos,
pues, aprovechándose de la forzosa inactividad de Pablo, trataron de aumentar su influencia en la
iglesia y deliberadamente procuraron “añadir aflicción a sus prisiones” (Fil. 1:15-16). Si eran
cristianos, no obraron como Cristo obró. Y aun en aquella primera etapa de la iglesia hubo falsos
hermanos que se introdujeron en la comunidad del pueblo de Dios. Jerusalén tuvo su Ananías y
Safira (Hechos 5:1-11), y Samaria su Simón Mago, cuyo corazón no andaba recto en la presencia
de Dios, de modo que no pudo tener parte en la verdadera iglesia católica (Hechos 8:21).
El apóstol Juan escribe de algunos que “salieron de nosotros, mas no eran de nosotros;
porque si fueran de nosotros, hubieran cierto permanecido con nosotros; pero salieron para que
se manifestase que todos no son de nosotros” (I Juan 2:19). No debe sorprendernos, por
consiguiente, encontrar la misma cosa en la iglesia de Roma. Escribiendo a Timoteo, Pablo dice:
“Demas me ha desamparado, amando este siglo” (2 Tim. 4:10). Había sido colaborador de Pablo
(Filemón 24), pero al final demostró su falsedad.
Para conocer la historia posterior de la iglesia de Roma tenemos que recurrir a otras
fuentes, y la información que se tiene es muy fragmentaria. En los tiempos post-apostólicos
había tres patriarcados: Roma, Alejandría y Antioquia. Cada uno de ellos era independiente del
otro, pero cuando actuaban conjuntamente, el de Roma tomaba la preferencia, porque ésta era la
sede del gobierno secular. El prestigio de la iglesia de Roma creció, cuando entraron a la iglesia
algunas personas ricas y de influencia, entre las que se contó el mismo Emperador Constantino.
La riqueza de éstos se usó liberalmente para socorrer a los necesitados y oprimidos en otros
lugares. Hablando en general, su teología era entonces ortodoxa, y otras iglesias, en las que se
suscitaban disputas, buscaban la ayuda de Roma hasta que, con el tiempo, sus decisiones
tomaron el carácter no de mero arbitraje, sino que se les dio fuerza de ley.
La palabra “papa,” como título distintivo del obispo de Roma, surgió en el siglo quinto,
que es cuando comenzó en realidad la historia del papado. La idea de la supremacía universal de
Roma tuvo su origen en Inocencio I (402-417), y León I puso en realización el plan. Las
invasiones de los bárbaros en ese siglo, al echar por tierra las instituciones civiles, sirvieron para
incrementar la influencia de la sede romana, y al trasladar el emperador el asiento de su gobierno
a Constantinopla en 476, el papa se convirtió en la principal figura de la Europa occidental.
Gregorio I (590-604) se distinguió por sus empresas misioneras, y especialmente por la misión
que mandó a Inglaterra. Al terminar el siglo octavo el papa había establecido su derecho a
prescindir de la observancia de la ley canónica. Había asumido las prerrogativas de
metropolitano universal y obligó a la iglesia occidental a apelar a Roma en todos los asuntos de
importancia. La superioridad del papa sobre cualquier concilio general se promulgó
definitivamente en el Concilio de Florencia en el año 1439, y desde entonces no ha sido
disputada por ningún concilio. A pesar de fuertes protestas, la autoridad absoluta del papa sobre
los concilios no sólo fue confirmada en el Concilio Vaticano de 1870, sino que se ratificó la
nueva doctrina de la infalibilidad papal, haciendo de esta manera superflua la convocación de
otro concilio general.
De esta manera hemos trazado, valiéndonos de las páginas de la historia, el proceso por el
cual la iglesia de Roma del tiempo de Pablo se convirtió, más bien degeneró, a pesar de sus
riquezas, poder y gloria mundanales, en lo que es la iglesia católico-romana de nuestros días, lo
que constituye la negación más patente del pensamiento de Dios sobre lo que debe ser la santa
iglesia católica en el Nuevo Testamento.
No puede uno menos de traer a la memoria la parábola de la mostaza de nuestro Señor:
“El reino de los cielos es semejante al grano de mostaza, que tomándolo alguno lo sembró
en su campo: el cual a la verdad es la más pequeña de todas las simientes; mas cuando ha
crecido, es la mayor de las hortalizas, y se hace árbol, que vienen las aves del cielo y hacen nidos
en sus ramas” (Mat. 13:31-32).
Las aves del aire que han venido a alojarse en las anchas ramas de este arbusto convertido
en árbol de la iglesia de Roma son muchas y malas.

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